Me encuentro entre el estira y
afloja de un corazón de látex. Uno que no sabes si se va a romper con la rudeza,
y desechable como un condón, vacío y monótono como el sexo sin sentimientos; usada,
cansada y sucia.
Llena de memorias que alimentan
mi imaginación sobrecargada de ingenuidad e inflan el globo de mis anhelos más
profundos con suspiros, tuyos.
Porque ese aire que no sé cómo
provocas que salga de mi interior es culpa tuya y nada más que tuya. Con tus
manos haciendo la caricia más esporádica y menos esperada de mi vida, con tus
besos más lejanos que la Antártida y tu silencio frío como una daga polar.
¿Qué es lo que esperas de mí?
¿Qué no ves que mis entrañas están ardiendo por ti? Por sentirte mío, cercano,
dentro. ¿No se me nota que te quiero comer? Te quiero matar, quemarte e
inhalarte, para poseerte por siempre, para llevarte por dentro, para que seas
mío.
Y tú no dices nada. Nada. Como si
te enorgullecieras de tener un corazón infranqueable y más alto y fuerte que la
muralla china.
Y es que te quiero… solo eso… y
cada vez que callo, es porque sé que quererte a ti es como querer atrapar toda
el agua del mar entre mis brazos.
Y te me escapas… pero regresas
como las olas del mar. Y yo no puedo hacer nada más que verte hipnotizada
mientras duermes.